domingo, 22 de marzo de 2009

Conversaciones

Este ha sido el resultado de tantas conversaciones nocturnas y juegos dialécticos. La conversación tras vernos fue un simple intercambio de cortesías que apenas duraron unos minutos, las miradas fueron las que hablaron y de ahí que las palabras fueran escasas y sobraban. De lo que más me acuerdo fue de esos pantalones negros ajustados que tanto se te ceñian a las cadetas y la camisa verde botella con el botón de arriba desabrochado dejando ver el nacimiento de unos pechos pequeños, pálidos y duros. En unos instantes mis manos estaban descubriendo esos pechos por debajo de la camisa. Y sí, eran pequeños, suaves y de una textura dura, rematados de un pequeño pezón, endurecido por el roce y por la excitación del momento. Pechos que apenas se movían y que siempre volvían a su sitio. Pechos que no me dejaste tocar demasiado porque querías las manos en otro sitio. Tras esta insistencia tuya, el movimiento violento de varias manos debajo de esa camisa verde, hicieron que los botones reventaran y saltaran con fuerza mientras tu espalda se arqueaba y tus manos se cerraban a mi nuca. Después de prohibirme que te tocara el pecho, le tocaba el turno al pantalón. Primero se enganchó en la cadera pero con un fuerte tirón seco dejó al descubierto un bonito tanga negro de encaje semitransparente que hacían tus piernas más largas. Fue bajar ese delicado tanga azabache y descubrir un sexo moreno y con ansias de placer. La falta de coordinación me jugó una mala pasada, no sabía si acariciar antes esos pechos con pezones afresados o centrarme en el hinchado y moreno sexo. Menos mal que al final tomaste la decisión de cabalgar tu sexo moreno sobre mis caderas. Te agarraste con tus manos a mi cuello mientras me envestías con rápidas y precisas sacudidas. Lo sabias hacer muy bien y lo mejor de todo era como entornabas la mirada cuando mas placer dabas.

domingo, 15 de febrero de 2009

Casino Royal

Me despertó el ruido lejano del agua de la ducha. Me dolía la cabeza provocada por la resaca, aún tenía la polla pegajosa síntoma de haber tenido un encuentro sexual hace poco y la espalda la tenía dolorida producida por unos profundos arañazos que habían marcado las sábanas con sangre.
Mientras me recomponía en la cama y miraba el suelo cubierto con la ropa desordenada, apareció ella en la habitación, mojada, cubierta con una de las toallas que había en el cuarto de baño. Me resultó curioso que tuviera el pelo medio rizado, no lo recordaba así. Poco a poco pudo ver, otra vez, su cuerpo desnudo según deslizaba la toalla para secarse. No hablaba, sólo miraba y se secaba de manera rápida y concisa mientras buscaba su ropa entre la maraña de ropa que decoraba el suelo. Le pregunté si tenía prisa para irse y no respondió siguió vistiéndose, recogió toda su ropa, su bolso y se fue por la puerta de la habitación, de fondo escuché el portazo de la puerta.
Ahora estaba sólo, la chica que acababa de salir trabajaba de crupier en un casino. La había conocido la noche anterior en el casino. De vez en cuando me dejaba caer por el Casino de mi ciudad, siempre en durante la semana, hay menos palurdos y puedes jugar con mayor tranquilidad.
A los casinos suelen ir básicamente dos tipos de personas, los jugadores profesionales que se les suele reconocer porque hablan poco y hacen cálculos mentales y luego está el tipo palurdo, el que va dando la nota, mal vestido y que va ocasionalmente con los amigos y son los que enriquecen a la banca del casino.
Como iba contando, me acerque al Casino entre semana, llegué poco antes de media noche. Me di una vuelta mientras apuraba el primer cubata de la noche. Mientras paseaba por las distintas mesas iba reconociendo a varias personas habituales, nos saludábamos con un gesto o una mirada, algo que molestaba a los crupieres porque piensan que son señas.
Al final acabé en una mesa de Blackjack, me encanta ese juego. Allí estaba una crupier y un jugador. Pedí permiso para unirme a la partida y en pocas manos comprobé que el otro jugador era del tipo palurdo. Cada vez que ganaba una mano, se alegraba de manera notoria y al poco tiempo entre la crupier y mis habilidades provocaron que se tuviera que retirar con cara de perdedor.
Cuando me quedé a solas con la crupier me relajé bastante, me encanta ese juego entre dos personas más que jugar con otras. La crupier era atractiva, de mirada penetrante y rostro serio. Repartía las cartas con seriedad y con unas manos pálidas y musculosas. Las órdenes las daba con una voz suave y grave. En sus ojos se veía un cierto cansancio y su cuerpo no llamaba la atención bajo ese uniforme.
Tuvo varias manos afortunadas con 19 de salida que me hacía arriesgar demasiado e ir perdiendo las primeras manos. Luego le vinieron manos regulares con 16 o 17 de las cuales no podía aumentar por prohibición del juego y pude aprovecharme. Al final de la madrugada mi balance fue positivo, había sacado 800 euros limpios de ganancia y la crupier me invitó a irme porque iban a cerrar el casino.
A la salida del Casino decidí esperar un rato, me interesaba esa crupier, antes no me habían llamado la atención, pero esta chica me resultó interesante y lo que más me daba morbo era la poca comunicación que se establece entre una crupier y un jugador cuando este va ganando y ella se juega en parte su trabajo.
Por fin salió, no iba muy alegre y miraba hacia el suelo. Me acerqué con el coche y cuando estuve a su altura bajé la ventanilla. Ella se sobresaltó, la invité a subir al coche para acercarla a su casa pero rechazó mi invitación con la excusa que el Casino no permite que sus trabajadores intimen con sus clientes. Al final, quizás por su cansancio se atrevió a subir al coche y me indicó la dirección.
Al principio la situación era extraña, apenas dijo su dirección y apenas hablamos. Luego se notaba que estaba intranquila y nerviosa y pidió con educación y cortesía si podía fumar. Al rato y estando más relajada pidió que frenara la marcha y comenzamos hablar sobre nuestras vidas y sobre la fortuna y la suerte.
No había sido un gran día para ella, había tenido problemas domésticos, en el trabajo no había sabido llevar la última partida y no estaba en sus mejores momentos. Al final confesó que en esos días de tristeza quería acabarlos en una cama sintiéndose sucia y descarada. La idea me pareció estupenda, pero no sabía la forma de insinuar como podría llevarse acabo.
Al poco rato me preguntó sobre mi vida y al conocer que vivía sólo, comentó que cambiara de dirección y que fuéramos a mi casa. El cambio de dirección fuera rápido, cada vez que la miraba cambiaba de idea sobre ella. De parecerme profesional y sosa en el trabajo a parecerme excitante y una mujer interesante.
Llegamos al edificio, aparcamos el coche en el garaje y subimos en el ascensor. En el ascensor a corta distancia me pareció que ganaba mucho más que con el típico uniforme de casino y tras las capas de maquillaje que aún llevaba. Ella se acercó hasta apenas dejar espacio y justo antes de pararse el ascensor se acercó a mi oído y dijo: ahora te vas acordar de haber jugado conmigo esta noche.
Entramos en mi casa y antes de cerrar la puerta se había abalanzado hacia mi boca, había tomado la iniciativa desde el principio. Con un empujón que me dio cerré la puerta clavándome en la espalda todo tipo de cerraduras y cierres. Disfrutó cuando me quejé por el daño producido.
Al instante la empuje para que fuera pasando y medio tropezando llegamos al salón entre besos y mordiscos. La invité a que se tomara algo pero desistió de la idea y descubrió con la mirada la puerta que comunicaba el salón con las habitaciones. Me llevo a empujones hacía la habitación mientras yo intentaba quitarle la ropa sin éxito.
Cuando llegamos a la cama, me empujó, tenía una fuerza endiablada a pesar de medir y pesar mucho menos. Al final caí de espalda en la cama mientras ella me observaba de pie con aire triunfante. Se le había olvidado la derrota en la mesa de juego.
Se pisó en talón de su zapato y cuando acabó con esa operación la repitió con el otro. A continuación se tumbó encima de mí y comenzó una lucha incesante sobre la cama. Los dos luchábamos para ver quien tomaba la iniciativa. Entre tanta lucha sus dedos se marcaron en mi espalda varias veces y apenas me la podía quitar de encima. Al final casi toda la ropa quedo rasgada y en el suelo mientras podía observar el contraste entre su piel y su ropa interior negra.
Su cuerpo era menudo, compacto y bien formado y la ropa interior le favorecía y hacía aún más deseables sus encantos. Se dio más prisa ella para desnudarme por completo, me sentía ridículo mientras ella disfrutaba de está primera victoria, aunque las marcas que le dejaron el sujetador la estimularon como a un toro bravo.
Al final conseguí quitarle toda la ropa, aunque reconozco que el tanga termino roto entre mis dedos y deslizándose entre su muslo. Por fin pude verle los pechos, eran más grandes de lo que me imaginaba, redondos y con un gran pezón y no se dejaban coger porque ella se movía luchando para conseguir tomar la iniciativa.
Por fin consiguió colocarse encima, empujo la pelvis hacía abajo y mi sexo se hundió profundamente en el suyo mientras soltaba un leve gemido. Poco a poco comenzó a moverse desordenadamente pero de una manera efectiva. Sus pechos se movían desordenadamente y no me permitía acariciarlos. Apoyó con fuerza sus manos contra mis hombros y no me dejó incorporarme en ningún momento mientras ella movía las caderas en círculos. En un despiste suyo conseguí incorporarme, sentarme y colocarla encima de mí, se rompió algo el ritmo desacompasado y comenzó a moverse de forma vertical mientras me clavaba las uñas en la espalda y me mordía en el cuello. Cada vez apretaba más con sus muslos y profundizaba con más fuerza mientras yo le buscaba el clítoris con una de mis manos entre tanto movimiento. El ritmo final se aceleró tanto que me empezó a doler tanta embestida suya, pero al final noté como un líquido caliente ocupaba el lugar de nuestros sexos ardientes.
Poco después de acabar y con el pelo pegado en su nuca por el esfuerzo, se volvió otra ves débil, me habló al oído entre susurros con esa voz dulce y grave y confesó que le encantaba ganar y que al final había ganado en el polvo reciente.

domingo, 1 de febrero de 2009

Gimnasio

Como era ya habitual desde hacía unos meses, volví a coincidir con ella en el gimnasio. Allí estaba a la misma hora, éramos de los últimos en la sala de musculación. Ella con su habitual atuendo ceñido al cuerpo, apretado, marcando sus formas, sus muslos bien torneados, su vientre liso y los pezones marcados mientras en el escote le brillaba por el sudor que iba cayendo.

Miradas furtivas que nos hacíamos desde hacía tiempo. Siempre que estaba en la bicicleta estática relajando los músculos antes de acabar, ella se ponía hacer muslos en esa máquina infernal que dejaba ver su marcada ingle cada vez que abría los muslos. Sublime visión mientras ella me miraba de reojo y yo apartaba la vista disimulando.

Suponía que no había nadie ya en los vestuarios del gimnasio por la hora. Entre como siempre, me fui a la ducha y al poco rato, escuche un ruido cercano. Me di la vuelta extrañado y allí estaba ella mirándome mientras yo rápidamente trataba de taparme. Tras esa vergüenza inicial note una gran excitación como cuando la veía en la sala de musculación imaginándomela desnuda sobre las máquinas.

Se disculpó con la mala excusa de que el vestuario femenino sufría una avería en las duchas y que pensaba que el masculino estaría ya libre por el tiempo en el que había tardado en abandonar la sala de musculación. A duras penas alcance la toalla para taparme y dejarla que se duchara.

Al poco raro de salir y escuchar el ruido de la ducha, me imagine su cuerpo esbelto cubierto de miles de gotas de agua y el jabón escurriendo por todas sus curvas. Me acerque a la ducha con la tolla enrollada por la cintura y la visión fue sublime.

Su cuerpo estaba de espalda, empapado por el agua, con el pelo pegado por la espalda y el jabón recorriendo su cuerpo y desembocando en un perfecto, redondo y firme culo. Me acerque a ella despacio y la sujeté con firmeza por la cintura y le susurré que no se asustara.

Le gusto tanto mi presencia, que pronto con su brazo consiguió bajarme la toalla y notó como mi pene se había vuelto más firme. Mientras yo le acariciaba los pechos firme y de pezones afilados como consecuencia del agua caliente. Luego poco a poco fui bajando mi mano por su cintura hasta notar la suavidad de su sexo depilado y húmedo.

Alargué la mano lo suficiente como para empezar a masturbarla mientras le llenaba el cuello y los hombros de mordiscos y besos. Mientras ella posaba sus manos en mi culo y me empujaban hacia ella cada vez más y más.

Al poco rato comenzó a gemir y empezó a darse la vuelta mientras me apartaba las manos de su sexo. Se apoyó en la pared de azulejos y bajo los chorros de agua comenzamos a follar mientras ella apoyaba su espalda en la pared y sus piernas rodeaban mi cintura.

La humedad y la excitación del lugar facilitó cualquier esfuerzo en las maniobras realizadas bajo esa ducha. Las sacudidas iban en aumento con una mayor suavidad según pasaba el tiempo. A veces, era más la humedad de los sexos en fricción y no tanto humedad de las gotas de agua las que facilitaba aún más la excitación.

Cuando yo lo metía todo en mi boca, cuando apretaba los labios mientras bajaba lentamente a lo largo de aquel increíble falo y succionaba, él me regalaba una sacudida similar de placer alborotando mi clítoris sin descanso, introduciendo sus dedos en mi vagina profundamente e intentando llegar más allá sin dejar de moverse.

Tras varios amagos y gemidos, las sacudidas finales anticiparon el orgasmo. Todo esto culmino con una ducha rápida limpiándonos los signos de la aventura. Y con una relajación absoluta de los músculos tensionados por el esfuerzo.

miércoles, 21 de enero de 2009

Teléfono móvil

Estaba trabajando cuando el teléfono móvil empezó a vibrar, señal que había recibido un mensaje de texto. En el mensaje de texto de ella se podía leer “me acabo de levantar, te echo de menos, voy a la ducha, me lo pasaré genial con los chorros calentitos de agua”.
Continué trabajando, aunque cada vez me concentraba menos y me imaginaba su cuerpo cubierto de pequeñas gotas de agua, de espuma de jabón que se deslizaba por los generosos pechos, el pelo pegado a la espalda y el vapor empañar el espejo. Me la imaginaba excitada con el calor del agua y como jugaba con los chorros de la ducha dirigiéndolos a su sexo.
Tras unos momentos de descanso, vuelta a la rutina, pero otra vez el teléfono móvil volvió a vibrar. Lo busqué y leí el nuevo mensaje de texto: “Después de la ducha, me estoy depilando el sexo para que puedas comprobar lo suave que puede ser”. La mañana se estaba complicando, la concentración decaía por instantes mientras mi imaginación jugaba con las curvas del ratón como si masajeara un sexo femenino perfectamente depilado.
La mañana poco a poco fue normalizándose, incluso pude sacar adelante los proyectos asignados para la jornada laboral. Poco antes de salir del trabajo el móvil volvió a vibrar. El mensaje nuevo decía lo siguiente: “Te espero desnuda en la habitación, estoy deseando que me hagas el amor, no te entretengas con las putitas de tu trabajo”.
Salí del trabajo sin despedirme de nadie, entré en el coche y salí rápidamente. Durante el camino cometí varios fallos producidos por la falta de concentración. En el garaje la cosa no mejoró y el coche quedó mal aparcado y el tiempo pasado en el ascensor se eternizó mientras notaba que algo crecía en el pantalón.
Entré en casa, dejé en el pasillo la bolsa del trabajo y las llaves. Me descalcé y me dirigí hacia el dormitorio. Allí estaba ella, recostada en la cama, desnuda, leyendo y con las piernas bien abiertas. Se podía intuir perfectamente la suavidad del sexo, ayer era un sexo peludo y hoy estaba liso, suave, apetecible…
Me acerqué, la bese en los labios y rápidamente me acordé de los mensajes. Apoyé mi cara cerca de su sexo depilado y empecé a lamerlo lentamente. La lengua se deslizaba perfectamente, sin ningún tipo de incómodo roce, el apurado era perfecto. Pasados unos minutos, el sexo se fue abriendo poco a poco y mi lengua fue traspasándolo, una y otra vez, mientras notaba como sus muslos se agitaban y comenzaba a arquear la espalda contra la cama.
Seguí lamiéndolo, insistía, quería que se corriera en mi cara, pero ella se negó, quería que también disfrutara. Así que me quitó la ropa rápidamente y con el sexo humedecido aún se colocó encima de mí. Comenzó a moverse lentamente acomodándose poco a poco, gimiendo poco a poco y marcando los movimientos lentamente.
Sus pechos empezaron a agitarse, mientras que sus manos se apoyaban en mi pecho. Comenzaba a cambiar la expresión de su rostro, primero eran gestos agradables, luego entre gemido y gemido el rostro parecía que sufría, sufría de placer.
Aumentó el ritmo, tanto que veía como sus caderas cada vez subían más y que bajaban con más fuerza que al principio. Los gemidos suyos y míos fueron en aumento, hasta que al final se acabaron mientras nos corríamos mutuamente en su sexo suave y recién depilado.

miércoles, 7 de enero de 2009

Calor y verano

Me llevaste rápidamente a tu coche después de la jornada laboral. Ese día hacía calor y llevabas un ajustado top en el que se podía adivinar tus pechos bien jugosos. Esos pechos que me habían vuelto loco durante todo el día y que no paraba de mirarlos, siguiendo su evolución y notando cada cambio de posición bajo ese top.
Cuando me llevaste al coche sabías perfectamente lo que iba a pasar, metiste la llave para arrancar el coche, me miraste y salimos rápidamente hacia tu apartamento. En el trayecto te mostraste tan indiferente como casi todo el día, sólo te fijabas en el tráfico y de vez en cuando en cambiar de emisora de radio. La conversación bastante casual, sobre el trabajo y lo que quedaba pendiente para el día siguiente. Mientras tanto el aire acondicionado del coche había puesto visibles tus pezones marcándolos bajo ese top ajustado.
En 30 minutos llegamos a tu casa, un edificio de nueva construcción en los límites de la ciudad. Subimos por el ascensor y la conversación en ese reducido espacio no existió. Por fin el ascensor se detuvo, el indicador marcaba el 4º y las puertas se abrieron. Te dirigiste a la tercera puerta y metiste la llave con la misma decisión que cuando fuimos al coche. La puerta se abrió y desde el pasillo se pudo ver algo de claridad en el fondo.
Me invitaste a pasar y cuando pasaste cerraste la puerta tras de tí. Colgaste el bolso en un perchero que tenías colocado a la derecha de la puerta. Tras dejar el bolso, te acercaste y de un salto rodeaste mi cuerpo con tus piernas mientras que tus sandalias se caían a mis espaldas. Me comenzaste a besar desde una postura elevada y sujetándome la cara entre tus manos.
Como no podía aguantar más el equilibrio te apoyé contra la puerta que era la superficie más cercana. Allí seguimos besándonos de manera rápida y frenética mientras que poco a poco ibas perdiendo tu postura privilegiada y te ibas poniendo a mi misma altura.
Tus pies volvieron a tocar el suelo, cuando sucedió eso, aprovechaste para desbrocharme los pantalones y quitarte los tuyos y volver a la postura anterior. Me abrazaste la cabeza con fuerza y cuando tenías tu boca cerca de mi oido me susurrastes "¡¡Fóllame vaquero!! Tus órdenes fueron complacidas, follamos apoyándote contra la puerta. Con tus tetas saliéndose del top por culpa del movimiento frenético y no paramos hasta que dejaste de emitir gemidos y tu espalda estuvo tan mojada que se pegaba a la puerta.
Entonces, te bajaste de la montaña rusa, recogiste tu ropa del suelo y desapareciste por el pasillo dejándome en una situación bastante ridícula.

jueves, 1 de enero de 2009

A solas

La excitación le produjo un dulce despertar después de una cansada y aburrida jornada laboral. Sintió palpitar su corazón y supo que no era por el mero recuerdo del último sueño que había tenido, sino por las ganas de volverse traviesa en ese estado de tranquilidad. Afuera, la tarde soleada pero fría de los días de invierno, mientras que dentro de la cama, bajo el edredón aún recordaba las notas del perfume que se había puesto por la mañana antes de salir a trabajar.
La repentina excitación había creado un estado de auténtico de condena. No podía levantarse sin acabar con esa excitación que poco a poco iba llegando a cada uno de los rincones de su cuerpo. Estaba completamente prisionera del calor que le venía desde dentro y que quería salir por cada una de las terminaciones nerviosas que recorrían su cuerpo.
Sus cabellos de color negro azabache ocupaban parte de la almohada donde apoyaba su cabeza, estaban estáticos sobre esa almohada cuando la mano derecha empezó a recorrer el pijama cálido de invierno debajo del edredón de plumas. Arrastró su mano por encima de las curvas de su anatomía recordando con su tacto los lugares que más le excitaban con las caricias.
Atravesó la frontera del placer cuando decidió meter las manos por debajo del pijama, cerró los ojos y trato de imaginar su pálida piel bajo el edredón y el pijama mientras jugaba acariciándose por encima del ombligo. Luego decidió subir más hasta tocar el pequeño colgante que caía entre sus dos pechos redondeados y esbeltos.
Acarició con dulzura el nacimiento de los tersos pechos que le había regalado la naturaleza. Desde abajo hacia arriba, sin prisas, recorriendo sus límites y notando la justa dureza que tenían. Recorriendo la curva del pecho como si fueran medias lunas, notando el espacio que había entre ellos, con una extremada delicadeza y precisión.
Poco a poco, según iba acariciando el pecho, noto como iba creciendo los pequeños y sonrosados pezones. La excitación inicial se transformó en una excitación aun mayor y difícil de parar en este mismo instante. El cuerpo pedía más y más y el deseo jugaba malas pasadas. Para acabar con el juego decidió apretar uno de los pezones pero sólo consiguió un pequeño gemido corregido rápidamente por su estricta educación.
Decidió por fin bajar una mano, más y más, por debajo de la cintura. Allí empezó a palpar su entrepierna. Dejo que su dedo corazón explorara la cavidad marcada en su pijama por la entrada de su carnoso sexo excitado. Y le gustó el extraño tacto entre el tejido y el pelo acompañaba esa zona. Mientras su otra mano se aplicaba con el pecho izquierdo y notaba palpitar a gran velocidad su corazón.
Poco después entró por encima de la cintura del pantalón del pijama y empezó a jugar con el jaspeado vello que acompañaba su sexo. Jugaba a enredarlo entre sus dedos, aunque el pequeño tamaño del vello provocaba que siempre se escapara. Luego recordó la suavidad de la cara oculta de sus muslos y decidió recrearse en ellos mientras respiraba profundamente.
Fue rozar los hinchados labios y saber que ya no había vuelta atrás. Quizás era lo mejor, acabar con lo que había comenzado sin sentir la soledad de aquel acto. Dirigió sus dedos hacia la comisura de los labios y comenzó a explorar la zona con extremada suavidad y lentitud.
Poco a poco empezó a brotar de esos labios una ligera humedad que facilitaba sus movimientos con mayor precisión y suavidad. Una humedad sedosa y cálida que la volvió más valiente con los movimientos.
El placer que iba sintiendo iba aumentando el deseo por conocer el final, no se reprimió de utilizar los viejos trucos de cerrar los muslos para aumentar el placer o mover los dedos en círculo mientras aumentaba el calor debajo del edredón. Su mano se volvió hábil, precisa y muy eficaz a la hora de producir el placer que iba necesitando en cada momento. Su cuerpo iba perdiendo la compostura inicial, los cabellos se fueron desordenando encima de la almohada, la espalda se arqueaba y se retorcía continuamente y su cintura de movía hacia los lados buscando el mayor placer posible.La explosión final acabó entre pequeños gemidos continuados, mientras los dedos de los pies se tensaban y arqueaban mientras que los de la mano se relajaban cada vez más sobre ese sexo humedecido. Había descubierto que aunque el sexo era ternura, la intimidad también podía producir uno de los mejores momentos de terrible placer.