miércoles, 21 de enero de 2009

Teléfono móvil

Estaba trabajando cuando el teléfono móvil empezó a vibrar, señal que había recibido un mensaje de texto. En el mensaje de texto de ella se podía leer “me acabo de levantar, te echo de menos, voy a la ducha, me lo pasaré genial con los chorros calentitos de agua”.
Continué trabajando, aunque cada vez me concentraba menos y me imaginaba su cuerpo cubierto de pequeñas gotas de agua, de espuma de jabón que se deslizaba por los generosos pechos, el pelo pegado a la espalda y el vapor empañar el espejo. Me la imaginaba excitada con el calor del agua y como jugaba con los chorros de la ducha dirigiéndolos a su sexo.
Tras unos momentos de descanso, vuelta a la rutina, pero otra vez el teléfono móvil volvió a vibrar. Lo busqué y leí el nuevo mensaje de texto: “Después de la ducha, me estoy depilando el sexo para que puedas comprobar lo suave que puede ser”. La mañana se estaba complicando, la concentración decaía por instantes mientras mi imaginación jugaba con las curvas del ratón como si masajeara un sexo femenino perfectamente depilado.
La mañana poco a poco fue normalizándose, incluso pude sacar adelante los proyectos asignados para la jornada laboral. Poco antes de salir del trabajo el móvil volvió a vibrar. El mensaje nuevo decía lo siguiente: “Te espero desnuda en la habitación, estoy deseando que me hagas el amor, no te entretengas con las putitas de tu trabajo”.
Salí del trabajo sin despedirme de nadie, entré en el coche y salí rápidamente. Durante el camino cometí varios fallos producidos por la falta de concentración. En el garaje la cosa no mejoró y el coche quedó mal aparcado y el tiempo pasado en el ascensor se eternizó mientras notaba que algo crecía en el pantalón.
Entré en casa, dejé en el pasillo la bolsa del trabajo y las llaves. Me descalcé y me dirigí hacia el dormitorio. Allí estaba ella, recostada en la cama, desnuda, leyendo y con las piernas bien abiertas. Se podía intuir perfectamente la suavidad del sexo, ayer era un sexo peludo y hoy estaba liso, suave, apetecible…
Me acerqué, la bese en los labios y rápidamente me acordé de los mensajes. Apoyé mi cara cerca de su sexo depilado y empecé a lamerlo lentamente. La lengua se deslizaba perfectamente, sin ningún tipo de incómodo roce, el apurado era perfecto. Pasados unos minutos, el sexo se fue abriendo poco a poco y mi lengua fue traspasándolo, una y otra vez, mientras notaba como sus muslos se agitaban y comenzaba a arquear la espalda contra la cama.
Seguí lamiéndolo, insistía, quería que se corriera en mi cara, pero ella se negó, quería que también disfrutara. Así que me quitó la ropa rápidamente y con el sexo humedecido aún se colocó encima de mí. Comenzó a moverse lentamente acomodándose poco a poco, gimiendo poco a poco y marcando los movimientos lentamente.
Sus pechos empezaron a agitarse, mientras que sus manos se apoyaban en mi pecho. Comenzaba a cambiar la expresión de su rostro, primero eran gestos agradables, luego entre gemido y gemido el rostro parecía que sufría, sufría de placer.
Aumentó el ritmo, tanto que veía como sus caderas cada vez subían más y que bajaban con más fuerza que al principio. Los gemidos suyos y míos fueron en aumento, hasta que al final se acabaron mientras nos corríamos mutuamente en su sexo suave y recién depilado.

miércoles, 7 de enero de 2009

Calor y verano

Me llevaste rápidamente a tu coche después de la jornada laboral. Ese día hacía calor y llevabas un ajustado top en el que se podía adivinar tus pechos bien jugosos. Esos pechos que me habían vuelto loco durante todo el día y que no paraba de mirarlos, siguiendo su evolución y notando cada cambio de posición bajo ese top.
Cuando me llevaste al coche sabías perfectamente lo que iba a pasar, metiste la llave para arrancar el coche, me miraste y salimos rápidamente hacia tu apartamento. En el trayecto te mostraste tan indiferente como casi todo el día, sólo te fijabas en el tráfico y de vez en cuando en cambiar de emisora de radio. La conversación bastante casual, sobre el trabajo y lo que quedaba pendiente para el día siguiente. Mientras tanto el aire acondicionado del coche había puesto visibles tus pezones marcándolos bajo ese top ajustado.
En 30 minutos llegamos a tu casa, un edificio de nueva construcción en los límites de la ciudad. Subimos por el ascensor y la conversación en ese reducido espacio no existió. Por fin el ascensor se detuvo, el indicador marcaba el 4º y las puertas se abrieron. Te dirigiste a la tercera puerta y metiste la llave con la misma decisión que cuando fuimos al coche. La puerta se abrió y desde el pasillo se pudo ver algo de claridad en el fondo.
Me invitaste a pasar y cuando pasaste cerraste la puerta tras de tí. Colgaste el bolso en un perchero que tenías colocado a la derecha de la puerta. Tras dejar el bolso, te acercaste y de un salto rodeaste mi cuerpo con tus piernas mientras que tus sandalias se caían a mis espaldas. Me comenzaste a besar desde una postura elevada y sujetándome la cara entre tus manos.
Como no podía aguantar más el equilibrio te apoyé contra la puerta que era la superficie más cercana. Allí seguimos besándonos de manera rápida y frenética mientras que poco a poco ibas perdiendo tu postura privilegiada y te ibas poniendo a mi misma altura.
Tus pies volvieron a tocar el suelo, cuando sucedió eso, aprovechaste para desbrocharme los pantalones y quitarte los tuyos y volver a la postura anterior. Me abrazaste la cabeza con fuerza y cuando tenías tu boca cerca de mi oido me susurrastes "¡¡Fóllame vaquero!! Tus órdenes fueron complacidas, follamos apoyándote contra la puerta. Con tus tetas saliéndose del top por culpa del movimiento frenético y no paramos hasta que dejaste de emitir gemidos y tu espalda estuvo tan mojada que se pegaba a la puerta.
Entonces, te bajaste de la montaña rusa, recogiste tu ropa del suelo y desapareciste por el pasillo dejándome en una situación bastante ridícula.

jueves, 1 de enero de 2009

A solas

La excitación le produjo un dulce despertar después de una cansada y aburrida jornada laboral. Sintió palpitar su corazón y supo que no era por el mero recuerdo del último sueño que había tenido, sino por las ganas de volverse traviesa en ese estado de tranquilidad. Afuera, la tarde soleada pero fría de los días de invierno, mientras que dentro de la cama, bajo el edredón aún recordaba las notas del perfume que se había puesto por la mañana antes de salir a trabajar.
La repentina excitación había creado un estado de auténtico de condena. No podía levantarse sin acabar con esa excitación que poco a poco iba llegando a cada uno de los rincones de su cuerpo. Estaba completamente prisionera del calor que le venía desde dentro y que quería salir por cada una de las terminaciones nerviosas que recorrían su cuerpo.
Sus cabellos de color negro azabache ocupaban parte de la almohada donde apoyaba su cabeza, estaban estáticos sobre esa almohada cuando la mano derecha empezó a recorrer el pijama cálido de invierno debajo del edredón de plumas. Arrastró su mano por encima de las curvas de su anatomía recordando con su tacto los lugares que más le excitaban con las caricias.
Atravesó la frontera del placer cuando decidió meter las manos por debajo del pijama, cerró los ojos y trato de imaginar su pálida piel bajo el edredón y el pijama mientras jugaba acariciándose por encima del ombligo. Luego decidió subir más hasta tocar el pequeño colgante que caía entre sus dos pechos redondeados y esbeltos.
Acarició con dulzura el nacimiento de los tersos pechos que le había regalado la naturaleza. Desde abajo hacia arriba, sin prisas, recorriendo sus límites y notando la justa dureza que tenían. Recorriendo la curva del pecho como si fueran medias lunas, notando el espacio que había entre ellos, con una extremada delicadeza y precisión.
Poco a poco, según iba acariciando el pecho, noto como iba creciendo los pequeños y sonrosados pezones. La excitación inicial se transformó en una excitación aun mayor y difícil de parar en este mismo instante. El cuerpo pedía más y más y el deseo jugaba malas pasadas. Para acabar con el juego decidió apretar uno de los pezones pero sólo consiguió un pequeño gemido corregido rápidamente por su estricta educación.
Decidió por fin bajar una mano, más y más, por debajo de la cintura. Allí empezó a palpar su entrepierna. Dejo que su dedo corazón explorara la cavidad marcada en su pijama por la entrada de su carnoso sexo excitado. Y le gustó el extraño tacto entre el tejido y el pelo acompañaba esa zona. Mientras su otra mano se aplicaba con el pecho izquierdo y notaba palpitar a gran velocidad su corazón.
Poco después entró por encima de la cintura del pantalón del pijama y empezó a jugar con el jaspeado vello que acompañaba su sexo. Jugaba a enredarlo entre sus dedos, aunque el pequeño tamaño del vello provocaba que siempre se escapara. Luego recordó la suavidad de la cara oculta de sus muslos y decidió recrearse en ellos mientras respiraba profundamente.
Fue rozar los hinchados labios y saber que ya no había vuelta atrás. Quizás era lo mejor, acabar con lo que había comenzado sin sentir la soledad de aquel acto. Dirigió sus dedos hacia la comisura de los labios y comenzó a explorar la zona con extremada suavidad y lentitud.
Poco a poco empezó a brotar de esos labios una ligera humedad que facilitaba sus movimientos con mayor precisión y suavidad. Una humedad sedosa y cálida que la volvió más valiente con los movimientos.
El placer que iba sintiendo iba aumentando el deseo por conocer el final, no se reprimió de utilizar los viejos trucos de cerrar los muslos para aumentar el placer o mover los dedos en círculo mientras aumentaba el calor debajo del edredón. Su mano se volvió hábil, precisa y muy eficaz a la hora de producir el placer que iba necesitando en cada momento. Su cuerpo iba perdiendo la compostura inicial, los cabellos se fueron desordenando encima de la almohada, la espalda se arqueaba y se retorcía continuamente y su cintura de movía hacia los lados buscando el mayor placer posible.La explosión final acabó entre pequeños gemidos continuados, mientras los dedos de los pies se tensaban y arqueaban mientras que los de la mano se relajaban cada vez más sobre ese sexo humedecido. Había descubierto que aunque el sexo era ternura, la intimidad también podía producir uno de los mejores momentos de terrible placer.