Mientras me recomponía en la cama y miraba el suelo cubierto con la ropa desordenada, apareció ella en la habitación, mojada, cubierta con una de las toallas que había en el cuarto de baño. Me resultó curioso que tuviera el pelo medio rizado, no lo recordaba así. Poco a poco pudo ver, otra vez, su cuerpo desnudo según deslizaba la toalla para secarse. No hablaba, sólo miraba y se secaba de manera rápida y concisa mientras buscaba su ropa entre la maraña de ropa que decoraba el suelo. Le pregunté si tenía prisa para irse y no respondió siguió vistiéndose, recogió toda su ropa, su bolso y se fue por la puerta de la habitación, de fondo escuché el portazo de la puerta.
Ahora estaba sólo, la chica que acababa de salir trabajaba de crupier en un casino. La había conocido la noche anterior en el casino. De vez en cuando me dejaba caer por el Casino de mi ciudad, siempre en durante la semana, hay menos palurdos y puedes jugar con mayor tranquilidad.
A los casinos suelen ir básicamente dos tipos de personas, los jugadores profesionales que se les suele reconocer porque hablan poco y hacen cálculos mentales y luego está el tipo palurdo, el que va dando la nota, mal vestido y que va ocasionalmente con los amigos y son los que enriquecen a la banca del casino.
Como iba contando, me acerque al Casino entre semana, llegué poco antes de media noche. Me di una vuelta mientras apuraba el primer cubata de la noche. Mientras paseaba por las distintas mesas iba reconociendo a varias personas habituales, nos saludábamos con un gesto o una mirada, algo que molestaba a los crupieres porque piensan que son señas.
Al final acabé en una mesa de Blackjack, me encanta ese juego. Allí estaba una crupier y un jugador. Pedí permiso para unirme a la partida y en pocas manos comprobé que el otro jugador era del tipo palurdo. Cada vez que ganaba una mano, se alegraba de manera notoria y al poco tiempo entre la crupier y mis habilidades provocaron que se tuviera que retirar con cara de perdedor.
Cuando me quedé a solas con la crupier me relajé bastante, me encanta ese juego entre dos personas más que jugar con otras. La crupier era atractiva, de mirada penetrante y rostro serio. Repartía las cartas con seriedad y con unas manos pálidas y musculosas. Las órdenes las daba con una voz suave y grave. En sus ojos se veía un cierto cansancio y su cuerpo no llamaba la atención bajo ese uniforme.
Tuvo varias manos afortunadas con 19 de salida que me hacía arriesgar demasiado e ir perdiendo las primeras manos. Luego le vinieron manos regulares con 16 o 17 de las cuales no podía aumentar por prohibición del juego y pude aprovecharme. Al final de la madrugada mi balance fue positivo, había sacado 800 euros limpios de ganancia y la crupier me invitó a irme porque iban a cerrar el casino.
A la salida del Casino decidí esperar un rato, me interesaba esa crupier, antes no me habían llamado la atención, pero esta chica me resultó interesante y lo que más me daba morbo era la poca comunicación que se establece entre una crupier y un jugador cuando este va ganando y ella se juega en parte su trabajo.
Por fin salió, no iba muy alegre y miraba hacia el suelo. Me acerqué con el coche y cuando estuve a su altura bajé la ventanilla. Ella se sobresaltó, la invité a subir al coche para acercarla a su casa pero rechazó mi invitación con la excusa que el Casino no permite que sus trabajadores intimen con sus clientes. Al final, quizás por su cansancio se atrevió a subir al coche y me indicó la dirección.
Al principio la situación era extraña, apenas dijo su dirección y apenas hablamos. Luego se notaba que estaba intranquila y nerviosa y pidió con educación y cortesía si podía fumar. Al rato y estando más relajada pidió que frenara la marcha y comenzamos hablar sobre nuestras vidas y sobre la fortuna y la suerte.
No había sido un gran día para ella, había tenido problemas domésticos, en el trabajo no había sabido llevar la última partida y no estaba en sus mejores momentos. Al final confesó que en esos días de tristeza quería acabarlos en una cama sintiéndose sucia y descarada. La idea me pareció estupenda, pero no sabía la forma de insinuar como podría llevarse acabo.
Al poco rato me preguntó sobre mi vida y al conocer que vivía sólo, comentó que cambiara de dirección y que fuéramos a mi casa. El cambio de dirección fuera rápido, cada vez que la miraba cambiaba de idea sobre ella. De parecerme profesional y sosa en el trabajo a parecerme excitante y una mujer interesante.
Llegamos al edificio, aparcamos el coche en el garaje y subimos en el ascensor. En el ascensor a corta distancia me pareció que ganaba mucho más que con el típico uniforme de casino y tras las capas de maquillaje que aún llevaba. Ella se acercó hasta apenas dejar espacio y justo antes de pararse el ascensor se acercó a mi oído y dijo: ahora te vas acordar de haber jugado conmigo esta noche.
Entramos en mi casa y antes de cerrar la puerta se había abalanzado hacia mi boca, había tomado la iniciativa desde el principio. Con un empujón que me dio cerré la puerta clavándome en la espalda todo tipo de cerraduras y cierres. Disfrutó cuando me quejé por el daño producido.
Al instante la empuje para que fuera pasando y medio tropezando llegamos al salón entre besos y mordiscos. La invité a que se tomara algo pero desistió de la idea y descubrió con la mirada la puerta que comunicaba el salón con las habitaciones. Me llevo a empujones hacía la habitación mientras yo intentaba quitarle la ropa sin éxito.
Cuando llegamos a la cama, me empujó, tenía una fuerza endiablada a pesar de medir y pesar mucho menos. Al final caí de espalda en la cama mientras ella me observaba de pie con aire triunfante. Se le había olvidado la derrota en la mesa de juego.
Se pisó en talón de su zapato y cuando acabó con esa operación la repitió con el otro. A continuación se tumbó encima de mí y comenzó una lucha incesante sobre la cama. Los dos luchábamos para ver quien tomaba la iniciativa. Entre tanta lucha sus dedos se marcaron en mi espalda varias veces y apenas me la podía quitar de encima. Al final casi toda la ropa quedo rasgada y en el suelo mientras podía observar el contraste entre su piel y su ropa interior negra.
Su cuerpo era menudo, compacto y bien formado y la ropa interior le favorecía y hacía aún más deseables sus encantos. Se dio más prisa ella para desnudarme por completo, me sentía ridículo mientras ella disfrutaba de está primera victoria, aunque las marcas que le dejaron el sujetador la estimularon como a un toro bravo.
Al final conseguí quitarle toda la ropa, aunque reconozco que el tanga termino roto entre mis dedos y deslizándose entre su muslo. Por fin pude verle los pechos, eran más grandes de lo que me imaginaba, redondos y con un gran pezón y no se dejaban coger porque ella se movía luchando para conseguir tomar la iniciativa.
Por fin consiguió colocarse encima, empujo la pelvis hacía abajo y mi sexo se hundió profundamente en el suyo mientras soltaba un leve gemido. Poco a poco comenzó a moverse desordenadamente pero de una manera efectiva. Sus pechos se movían desordenadamente y no me permitía acariciarlos. Apoyó con fuerza sus manos contra mis hombros y no me dejó incorporarme en ningún momento mientras ella movía las caderas en círculos. En un despiste suyo conseguí incorporarme, sentarme y colocarla encima de mí, se rompió algo el ritmo desacompasado y comenzó a moverse de forma vertical mientras me clavaba las uñas en la espalda y me mordía en el cuello. Cada vez apretaba más con sus muslos y profundizaba con más fuerza mientras yo le buscaba el clítoris con una de mis manos entre tanto movimiento. El ritmo final se aceleró tanto que me empezó a doler tanta embestida suya, pero al final noté como un líquido caliente ocupaba el lugar de nuestros sexos ardientes.
Poco después de acabar y con el pelo pegado en su nuca por el esfuerzo, se volvió otra ves débil, me habló al oído entre susurros con esa voz dulce y grave y confesó que le encantaba ganar y que al final había ganado en el polvo reciente.