domingo, 15 de febrero de 2009

Casino Royal

Me despertó el ruido lejano del agua de la ducha. Me dolía la cabeza provocada por la resaca, aún tenía la polla pegajosa síntoma de haber tenido un encuentro sexual hace poco y la espalda la tenía dolorida producida por unos profundos arañazos que habían marcado las sábanas con sangre.
Mientras me recomponía en la cama y miraba el suelo cubierto con la ropa desordenada, apareció ella en la habitación, mojada, cubierta con una de las toallas que había en el cuarto de baño. Me resultó curioso que tuviera el pelo medio rizado, no lo recordaba así. Poco a poco pudo ver, otra vez, su cuerpo desnudo según deslizaba la toalla para secarse. No hablaba, sólo miraba y se secaba de manera rápida y concisa mientras buscaba su ropa entre la maraña de ropa que decoraba el suelo. Le pregunté si tenía prisa para irse y no respondió siguió vistiéndose, recogió toda su ropa, su bolso y se fue por la puerta de la habitación, de fondo escuché el portazo de la puerta.
Ahora estaba sólo, la chica que acababa de salir trabajaba de crupier en un casino. La había conocido la noche anterior en el casino. De vez en cuando me dejaba caer por el Casino de mi ciudad, siempre en durante la semana, hay menos palurdos y puedes jugar con mayor tranquilidad.
A los casinos suelen ir básicamente dos tipos de personas, los jugadores profesionales que se les suele reconocer porque hablan poco y hacen cálculos mentales y luego está el tipo palurdo, el que va dando la nota, mal vestido y que va ocasionalmente con los amigos y son los que enriquecen a la banca del casino.
Como iba contando, me acerque al Casino entre semana, llegué poco antes de media noche. Me di una vuelta mientras apuraba el primer cubata de la noche. Mientras paseaba por las distintas mesas iba reconociendo a varias personas habituales, nos saludábamos con un gesto o una mirada, algo que molestaba a los crupieres porque piensan que son señas.
Al final acabé en una mesa de Blackjack, me encanta ese juego. Allí estaba una crupier y un jugador. Pedí permiso para unirme a la partida y en pocas manos comprobé que el otro jugador era del tipo palurdo. Cada vez que ganaba una mano, se alegraba de manera notoria y al poco tiempo entre la crupier y mis habilidades provocaron que se tuviera que retirar con cara de perdedor.
Cuando me quedé a solas con la crupier me relajé bastante, me encanta ese juego entre dos personas más que jugar con otras. La crupier era atractiva, de mirada penetrante y rostro serio. Repartía las cartas con seriedad y con unas manos pálidas y musculosas. Las órdenes las daba con una voz suave y grave. En sus ojos se veía un cierto cansancio y su cuerpo no llamaba la atención bajo ese uniforme.
Tuvo varias manos afortunadas con 19 de salida que me hacía arriesgar demasiado e ir perdiendo las primeras manos. Luego le vinieron manos regulares con 16 o 17 de las cuales no podía aumentar por prohibición del juego y pude aprovecharme. Al final de la madrugada mi balance fue positivo, había sacado 800 euros limpios de ganancia y la crupier me invitó a irme porque iban a cerrar el casino.
A la salida del Casino decidí esperar un rato, me interesaba esa crupier, antes no me habían llamado la atención, pero esta chica me resultó interesante y lo que más me daba morbo era la poca comunicación que se establece entre una crupier y un jugador cuando este va ganando y ella se juega en parte su trabajo.
Por fin salió, no iba muy alegre y miraba hacia el suelo. Me acerqué con el coche y cuando estuve a su altura bajé la ventanilla. Ella se sobresaltó, la invité a subir al coche para acercarla a su casa pero rechazó mi invitación con la excusa que el Casino no permite que sus trabajadores intimen con sus clientes. Al final, quizás por su cansancio se atrevió a subir al coche y me indicó la dirección.
Al principio la situación era extraña, apenas dijo su dirección y apenas hablamos. Luego se notaba que estaba intranquila y nerviosa y pidió con educación y cortesía si podía fumar. Al rato y estando más relajada pidió que frenara la marcha y comenzamos hablar sobre nuestras vidas y sobre la fortuna y la suerte.
No había sido un gran día para ella, había tenido problemas domésticos, en el trabajo no había sabido llevar la última partida y no estaba en sus mejores momentos. Al final confesó que en esos días de tristeza quería acabarlos en una cama sintiéndose sucia y descarada. La idea me pareció estupenda, pero no sabía la forma de insinuar como podría llevarse acabo.
Al poco rato me preguntó sobre mi vida y al conocer que vivía sólo, comentó que cambiara de dirección y que fuéramos a mi casa. El cambio de dirección fuera rápido, cada vez que la miraba cambiaba de idea sobre ella. De parecerme profesional y sosa en el trabajo a parecerme excitante y una mujer interesante.
Llegamos al edificio, aparcamos el coche en el garaje y subimos en el ascensor. En el ascensor a corta distancia me pareció que ganaba mucho más que con el típico uniforme de casino y tras las capas de maquillaje que aún llevaba. Ella se acercó hasta apenas dejar espacio y justo antes de pararse el ascensor se acercó a mi oído y dijo: ahora te vas acordar de haber jugado conmigo esta noche.
Entramos en mi casa y antes de cerrar la puerta se había abalanzado hacia mi boca, había tomado la iniciativa desde el principio. Con un empujón que me dio cerré la puerta clavándome en la espalda todo tipo de cerraduras y cierres. Disfrutó cuando me quejé por el daño producido.
Al instante la empuje para que fuera pasando y medio tropezando llegamos al salón entre besos y mordiscos. La invité a que se tomara algo pero desistió de la idea y descubrió con la mirada la puerta que comunicaba el salón con las habitaciones. Me llevo a empujones hacía la habitación mientras yo intentaba quitarle la ropa sin éxito.
Cuando llegamos a la cama, me empujó, tenía una fuerza endiablada a pesar de medir y pesar mucho menos. Al final caí de espalda en la cama mientras ella me observaba de pie con aire triunfante. Se le había olvidado la derrota en la mesa de juego.
Se pisó en talón de su zapato y cuando acabó con esa operación la repitió con el otro. A continuación se tumbó encima de mí y comenzó una lucha incesante sobre la cama. Los dos luchábamos para ver quien tomaba la iniciativa. Entre tanta lucha sus dedos se marcaron en mi espalda varias veces y apenas me la podía quitar de encima. Al final casi toda la ropa quedo rasgada y en el suelo mientras podía observar el contraste entre su piel y su ropa interior negra.
Su cuerpo era menudo, compacto y bien formado y la ropa interior le favorecía y hacía aún más deseables sus encantos. Se dio más prisa ella para desnudarme por completo, me sentía ridículo mientras ella disfrutaba de está primera victoria, aunque las marcas que le dejaron el sujetador la estimularon como a un toro bravo.
Al final conseguí quitarle toda la ropa, aunque reconozco que el tanga termino roto entre mis dedos y deslizándose entre su muslo. Por fin pude verle los pechos, eran más grandes de lo que me imaginaba, redondos y con un gran pezón y no se dejaban coger porque ella se movía luchando para conseguir tomar la iniciativa.
Por fin consiguió colocarse encima, empujo la pelvis hacía abajo y mi sexo se hundió profundamente en el suyo mientras soltaba un leve gemido. Poco a poco comenzó a moverse desordenadamente pero de una manera efectiva. Sus pechos se movían desordenadamente y no me permitía acariciarlos. Apoyó con fuerza sus manos contra mis hombros y no me dejó incorporarme en ningún momento mientras ella movía las caderas en círculos. En un despiste suyo conseguí incorporarme, sentarme y colocarla encima de mí, se rompió algo el ritmo desacompasado y comenzó a moverse de forma vertical mientras me clavaba las uñas en la espalda y me mordía en el cuello. Cada vez apretaba más con sus muslos y profundizaba con más fuerza mientras yo le buscaba el clítoris con una de mis manos entre tanto movimiento. El ritmo final se aceleró tanto que me empezó a doler tanta embestida suya, pero al final noté como un líquido caliente ocupaba el lugar de nuestros sexos ardientes.
Poco después de acabar y con el pelo pegado en su nuca por el esfuerzo, se volvió otra ves débil, me habló al oído entre susurros con esa voz dulce y grave y confesó que le encantaba ganar y que al final había ganado en el polvo reciente.

domingo, 1 de febrero de 2009

Gimnasio

Como era ya habitual desde hacía unos meses, volví a coincidir con ella en el gimnasio. Allí estaba a la misma hora, éramos de los últimos en la sala de musculación. Ella con su habitual atuendo ceñido al cuerpo, apretado, marcando sus formas, sus muslos bien torneados, su vientre liso y los pezones marcados mientras en el escote le brillaba por el sudor que iba cayendo.

Miradas furtivas que nos hacíamos desde hacía tiempo. Siempre que estaba en la bicicleta estática relajando los músculos antes de acabar, ella se ponía hacer muslos en esa máquina infernal que dejaba ver su marcada ingle cada vez que abría los muslos. Sublime visión mientras ella me miraba de reojo y yo apartaba la vista disimulando.

Suponía que no había nadie ya en los vestuarios del gimnasio por la hora. Entre como siempre, me fui a la ducha y al poco rato, escuche un ruido cercano. Me di la vuelta extrañado y allí estaba ella mirándome mientras yo rápidamente trataba de taparme. Tras esa vergüenza inicial note una gran excitación como cuando la veía en la sala de musculación imaginándomela desnuda sobre las máquinas.

Se disculpó con la mala excusa de que el vestuario femenino sufría una avería en las duchas y que pensaba que el masculino estaría ya libre por el tiempo en el que había tardado en abandonar la sala de musculación. A duras penas alcance la toalla para taparme y dejarla que se duchara.

Al poco raro de salir y escuchar el ruido de la ducha, me imagine su cuerpo esbelto cubierto de miles de gotas de agua y el jabón escurriendo por todas sus curvas. Me acerque a la ducha con la tolla enrollada por la cintura y la visión fue sublime.

Su cuerpo estaba de espalda, empapado por el agua, con el pelo pegado por la espalda y el jabón recorriendo su cuerpo y desembocando en un perfecto, redondo y firme culo. Me acerque a ella despacio y la sujeté con firmeza por la cintura y le susurré que no se asustara.

Le gusto tanto mi presencia, que pronto con su brazo consiguió bajarme la toalla y notó como mi pene se había vuelto más firme. Mientras yo le acariciaba los pechos firme y de pezones afilados como consecuencia del agua caliente. Luego poco a poco fui bajando mi mano por su cintura hasta notar la suavidad de su sexo depilado y húmedo.

Alargué la mano lo suficiente como para empezar a masturbarla mientras le llenaba el cuello y los hombros de mordiscos y besos. Mientras ella posaba sus manos en mi culo y me empujaban hacia ella cada vez más y más.

Al poco rato comenzó a gemir y empezó a darse la vuelta mientras me apartaba las manos de su sexo. Se apoyó en la pared de azulejos y bajo los chorros de agua comenzamos a follar mientras ella apoyaba su espalda en la pared y sus piernas rodeaban mi cintura.

La humedad y la excitación del lugar facilitó cualquier esfuerzo en las maniobras realizadas bajo esa ducha. Las sacudidas iban en aumento con una mayor suavidad según pasaba el tiempo. A veces, era más la humedad de los sexos en fricción y no tanto humedad de las gotas de agua las que facilitaba aún más la excitación.

Cuando yo lo metía todo en mi boca, cuando apretaba los labios mientras bajaba lentamente a lo largo de aquel increíble falo y succionaba, él me regalaba una sacudida similar de placer alborotando mi clítoris sin descanso, introduciendo sus dedos en mi vagina profundamente e intentando llegar más allá sin dejar de moverse.

Tras varios amagos y gemidos, las sacudidas finales anticiparon el orgasmo. Todo esto culmino con una ducha rápida limpiándonos los signos de la aventura. Y con una relajación absoluta de los músculos tensionados por el esfuerzo.