Nos disponiamos a mezclarnos con la gente en el concierto que habías
elegido para conocernos y romper el hielo. Aun recuerdo la emoción que
tenía y tu aliento entre canción y canción para hablarme al oido
mientras se te podía ver un bonito escote marcado por
un sujetador negro que elevaba tus pechos. Sabías colocarte bienentre
canción y canción, delante, dándome la espalda y marcando mi ropa con tu
culo y tus caderas mientras se escuchaba la música. Me cogías las manos
y me las hacía pasar por delante de tu cuerpo
y hundirlas de manera disimulada en tu entrepierna sabiendo que nadie
lo estaba observando en ese momento, estabamos tan cerca el uno del otro
que no pude evitar ladear la cabeza e inundar mis pulmones con tu olor
que provocaba mi excitación. Acabó el concierto
y me hiciste llevarte a tu casa, entre miradas de complicidad mientras
te abandonabas en el asiento del coche jugando con el cinturón de
seguridad y palpando mi entrepierna entre semáforo y semáforo
En tu casa te sentiste la dueña de todo el espacio y evitaste las
cortesías de enseñar tu dominio o buscar las comodidades habituales a
este tipo de encuentros. Desde esa superioridad que te daba su edad, tu
experiencia, el dominio del espacio y tu cuerpo
deseable, al que le habían caído años, tras un tiempo sin contacto
virtual y de intercambio de morbosidades... se impuso tus deseos de
disfrutar de manera prioritaria. Y sin contemplaciones me ordenaste que
querías el placer que te había negado en todos estos
años...
Arrodillado ante ella, ejercías una fuerte influencia sobre mi persona
al ver tus poderosos muslos desnudos, suaves como los habías mostrado en
las fotografías. Recorrí tu cuerpo con la mirada buscando con deseo
cada unos de los detalles que me habías enseñado
y quería notar la temperatura bajo esa piel. Decidiste que el juego de
la mirada se acabo y que debería ser tu sumiso y solo pedías en ese
sentido que adivinara las necesidades que tenía en ese momento y que si
no lo hacía serías tu la que buscaría ese placer
que querías tener en ese momento y en ese pasillo mal iluminado.
Viendo en un primer plano el piercing que tenías en tu desnudo ombligo y
que brillaba, notaba como tus manos pequeñas y fuerte iban ganando
terreno sobre mi cabeza hasta colocarla entre tus
piernas aun juntas que marcaban en un triángulo tu sexo recientemente
depilado. Me mirabas con altivez desde esa posición, de pie y firme,
poniendo de vez en cuando uno de tus pies sobre mis hombre y empujando
abajo para tener arrodillado y obligándome a mirarta
a la cara previo paso de tu ombligo y de tus pechos aun ocultos por el
sujetador. Cada centímetro que me acercabas con tus manos sobre mi
cabeza era un triunfo de tu placer, sobre tu autoestima, tu deseo y tu
morbo. Tus manos me obligaban a chocarme sobre
tu sexo medio humedecido por mi lengua y tu excitación, para que
los saboreara con la punta de la lengua en una postura ya difícil y con
poco equilibro. Aspiraba aire, cada vez de manera más produnda, mientras
con una de tus manos me abrías más el camino para
conseguir placer y con la otra apretabas más mi cabeza contra ti
notando en algunos momentos de placer debilidad en tus rodillas y en tus
muslos. Sabías que quería verte tus pechos, aquellos que eran tan
excitantes años atrás y que te recreaste en varias ocasiones
en enseñarmelos en primer plano y en todos los estados posibles de
excitación. Pero me me negaste ese placer de ver un bonito pezón, porque
los tuyos son preciosos, pero tras el placer final te negaste a
conceder ese deseo, habías cambiado y ya no era el
sexo débil de antes, ahora disfrutabas sin pensar en la reciprocidad,
el tiempo te había hecho así y ahora era difícil cambiarlo por un
orgasmo.