domingo, 1 de mayo de 2011

A contrapelo

Se levantó vigorosa de la pequeña siesta, sentada al borde de la cama deslizó su delicado tanga por sus muslos hasta que se fue resbalando hacia abajo pasadas sus rodillas. Se recreó mirándose el sombrío pubis y con decisión se fue al baño. Allí llenó una antigua palangana metálica con agua caliente, cogió un par de toallas impolutas, una pastilla de jabón y la cuchilla de afeitar. Se aposentó sobre las toallas blancas, con las piernas bien separadas y colgando de los gruesos brazos de un sillón orejero desvencijado. Hundió la pastilla de jabón en la cálida agua de la palangana y comenzó a frotar su entrepierna hasta ocultarla trás una fina y transparente espuma. Sumergió la cuchilla en el agua, pasó instintivamente su dedo entre las hojas afiladas y comenzó la operación minuciosa. Escuchaba los pequeños sonidos característicos del rasurado y luego el acuático sonido de la cuchilla agitándose en la palangana. Con una mano estiraba, con la otra rasuraba, así hasta dejar limpia la superficie de toda sombra oscura, limpiaba con agua cada antiguo rastro y observaba con deleite su obra. Con un poco de crema hidratante mejoró la operación realizada, dejando la superficie suave y gustosa que decidió probar in situ.

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