Él, embriagado por la contemplación de su creación, se sintió atrapado en la locura apasionada del creador, consumido por la lascivia de su amante. Ella, inerte lienzo, ahora se transforma en una participante consciente, vibrante con una mirada posesiva de deseo insaciable. En aquel intercambio prohibido de placer y dominio, donde la línea entre creador y creación se desvanecía en valiente sensualidad. Ambos perdiendo la noción de sí mismos en la marea ardiente del deseo. La creación ya no era un acto, sino un pecado exquisito que desafiaba todas las normas.
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