Su cuerpo sólo existía donde otros tocaban pero su alma me pertenecía a mi y estará unida para siempre. Al leer esto, un suspiro escapó de sus labios y volcó de manera nerviosa la taza de café como quien hubiera imaginado como unos dedos se deslizaban por su piel, acariciando cada protuberancia y recorriendo cada curva centímetro a centímetro. Arqueaba el cuerpo como si cada caricia generase electricidad, sintiendo que la respiración se convertía en un ligero jadeo y descalzarse fuera la señal para sentir la invasión de los cuerpos. Un lejano ¡cariño, estás bien! hizo volver todo al estado actual mientras se mordía el labio inferior y palpaba la humedad que había provocado el café derramado sobre la mesa aunque hubiera preferido palpar la suya.
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